Benditos impuestos
Padre Hugo Tagle En twitter: @hugotagle
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Padre Hugo Tagle
Pensé en titular esta columna como “Malditos impuestos”. Pero no es justo ni verdadero. Cuesta pagar impuestos, pero si son los apropiados, serán justos. Las sociedades más desarrolladas, las que tanto admiran feligreses en estas latitudes, tienen altos impuestos. Y se les considera justos. Nadie discute su necesidad.
Les he escuchado a personas con un gran patrimonio que estarían dispuestos a “pagar más impuestos”. Cuestionan, eso sí, “en qué se gastarían”. Y quizá ese es uno de los puntos a dilucidar: el eficiente uso de las platas de todos. Si hay algo que se espera de la administración pública, es un eficiente uso de las platas de todos. Con su dinero personal, haga lo que quiera. Pero con los recursos públicos, no. Pague impuestos y exija transparencia. Se debe dar cuenta hasta el último peso de los dineros públicos. Y ahí ha fallado el aparato fiscalizador. Tolerancia cero ante la corrupción, “caiga quien caiga”.
Concedo que quizá tenemos un aparato estatal excesivamente grande y caro. Basta darse vueltas por algunas municipalidades. En fin, ante el desempleo, me imagino que algunos alcaldes tomaron el toro por las astas, empleando a la gente. Pero el Estado no debe ser el empleador, sino que potenciar y promover que otros generen empleos. Si se puede ahorrar por ahí, sería bueno hacerlo.
La ecuación es compleja ya que, por otro lado, nos encontramos con un Estado jibarizado, con pocos medios, incapaz de enfrontar efectivamente situaciones de catástrofes. Pienso en las inundaciones e incendios, donde pareciera que se improvisa, no hay herramientas ni personal. Y para eso se requieren recursos, plata: impuestos.
Si nuestra verdadera motivación es la eliminación de la pobreza y la creación de oportunidades, más industria, enfoquemos los esfuerzos en construir una sociedad que genere las condiciones adecuadas para que se invierta, innove y emprenda; se cree más y mejor trabajo. Una sociedad en donde se dé un crecimiento compartido, beneficia a todos. Mejores oportunidades y más trabajo redundan en paz social, menos pobreza, seguridad y crecimiento.
Deberíamos alegrarnos de contribuir al bien común, al hogar y patria común. Es dañina la sensación de que “cada uno se rasca con sus uñas”; un individualismo tóxico y primitivo. Sólo hay felicidad personal en la medida en que el medio en que me desenvuelvo mejora y sea a su vez más feliz. La verdadera felicidad se vive en una sociedad en que ella se comparte.
Ojalá se llegue a un buen acuerdo tributario que potencie lo mejor de Chile y permita un país más integrado, justo y feliz.